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  • Juan Pablo Alvarado García

Los Chapulines, una pandilla que causó pánico en San José

· Este grupo delictivo operó en la capital de 1993 - 1996


La violencia urbana en Costa Rica tiene una larga historia que, por desgracia, sigue creciendo y poco a poco ha generado un lenguaje propio, un 'modus operandi' que se ha instalado en la atmósfera de nuestras provincias. Hace 30 años las condiciones de

precariedad y desigualdad habían forjado una actitud de hostilidad, los niños y adolescentes estaban cada vez más metidos en problemas de violencia y adicciones; así, se agruparon en pandillas con las que delinquían para obtener sus vicios.


Generalmente, los delitos juveniles se suelen hacer en grupos o bandas formadas por dos o más personas, es menos frecuente que un menor actúe solo a la hora de cometer un acto delictivo.


Estudios afirman que el principal motivo por el cual un joven se afilia a bandas juveniles violentas, es la búsqueda de protección por parte de las agrupaciones criminales. Un 47% de los miembros lo hace por este motivo en el primer año de pertenencia.


La adolescencia y juventud, es una etapa de cambio del menor, una etapa, la cual conlleva cierta inseguridad en el mismo, puesto que es fundamentalmente un momento de cambios. Cambios físicos, cambios sociales, educativos, en definitiva, una etapa de nuevos aprendizajes. Todo esto, proporciona una necesidad en el joven, de pertenencia a un grupo, ya que el mismo le hará sentirse respaldado, apoyado, proporcionándole una vía de refuerzo diferente.


El surgimiento de los “Chapulines”



Dejaron atrás los estudios por vivir entre robos y asaltos, La banda “Los Chapulines” se originó a inicios de la década de los noventa y era conformada por niños y jóvenes de tan solo 10 a 25 años; este fue el grupo de delincuentes juveniles más reconocido de la historia criminal costarricense, ya que sembró el terror en toda la ciudad de San José y alcanzó niveles de influencia sin precedentes.


“Los chapulines, cuya principal actividad radica en el asalto a mano armada, está conformados por grupos de 15 a 30 integrantes, en su mayoría adictos al cemento y al crack y que fueron abandonados por sus padres.”


“Visten de manera estrafalaria, los cortes de cabello son exóticos y entre los varones es común el tatuaje y los aretes.” La Nación, 18 de setiembre 1993.


Durante setiembre y octubre de 1993, fue frecuente observar en alguno de los diarios nacionales (Al Día, La Nación, La República, La Extra y La Prensa Libre) este tipo de información.


En setiembre de 1993 el entonces director del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), Rafael Ángel Guillén Elizondo (1990 - 1994), relacionó e identificó a esta pandilla delictiva con el nombre de los insectos denominados chapulines, debido a la similitud que existía entre la forma en que estos muchachos cometían sus fechorías y la forma en que los animales atacan las cosechas agrícolas completas.


De esta forma se encontró en una relación lineal, a la delincuencia de grupo de menores de edad por un lado y, por el otro, tráfico y la adicción a drogas, que estos realizaban y padecían respectivamente. Dentro de este contexto, los “chapulines” eran menores que no asistían regularmente a centros educativos y por lo general vivían en las calles o bien, en áreas marginales de la capital (Gradas de Cristo Rey, Precarios Pavas, Hatillo, Aguantafilo, Los Cuadros, López Mateo, Barrio México, entre otros) (La República, 24 de setiembre, 1993).


El rasgo más característico fue que actuaban en grupo, y luego se separaban para que fuese más difícil atraparlos. Se reunían en la Plaza de la Cultura y el Parque Central en San José, y de ahí recorrían las cuadras centrales de la capital, para robar objetos como cadenas, bolsos, relojes o billeteras; con el tiempo se demostró que esta banda de menores de edad era bastante organizada, cuyos miembros tenían tareas específicas y diferenciadas dentro de estas.


“En aquella época, el modo de operar era por grupos, actuaban en el casco central de San José denominado como la botella que es donde circula la mayoría de los transeúntes y operaban en las horas pico, principalmente entre las tres de la tarde a las ocho de la noche y realizaban una especie de barrido con el fin de llevarse bolsos, joyas, billeteras, las jackets de cuero que estaban muy de moda, así como los famosos walkmans o lo que pudieran, posteriormente lo robado se lo daban a mujeres que conformaban el grupo para que escondieran las pertenencias”, recordó Michael Soto Rojas, subdirector a.i. del OIJ.


El temor de la ciudadanía


Entre mayo y junio de 1994, los medios de comunicación de la época reportaron un aumento en las acciones delictivas de los chapulines, por lo que el tema cobró, de nuevo,

relevancia. Tal fue el grado de temor de la población, sumado a la percepción de que San José se convertía en un lugar cada vez más violento y peligroso.



La banda de asaltantes callejeros juveniles mantenía en asedio la capital y su presencia se hizo más evidente conforme aumentaban el nivel de violencia. Inicialmente las autoridades creían que se trataba de alrededor de cien miembros que se reunían en el Parque Central y la Plaza de la Cultura, posteriormente se dieron cuenta que se trataban de más de 400 jóvenes.




Las autoridades lograron identificar que atacaban en las paradas de buses, principalmente las ubicadas por los parques Morazán y la Merced, la Coca Cola y el edificio de la Caja

Costarricense del Seguro Social. También en las inmediaciones de los parques Central y Nacional.


Posteriormente miembros del grupo comenzaron a sembrar temor en La Sabana y sus alrededores, tras una ola incontrolable de asaltos, raptos y violaciones. En época al menos unas 30 jovencitas, fueron sorprendidas, asaltadas y ultrajadas por estos individuos armados con palos, cadenas, cuchillos y algunas ocasiones con armas de fuego.


En esa época el OIJ le atribuyó a la banda “Los Chapulines” estar ligada con al menos 500 denuncias por asaltos y robos que fueron presentadas en la sede policial en San José. Un informe que realizó una brigada especial de agentes judiciales, se revelaron detalles sobre las identidades, estructura y número de integrantes; además, se pudo constatar que, junto a

los delincuentes mayores de edad, actuaban una gran cantidad de niños y mujeres.


Soto recuerda que: “las estrategias que se utilizaron fueron un poco coercitivas debido al fenómeno tan complejo y problemático, que personal de OIJ salía a caminar a las calles para lograr identificar a los sospechosos, he inclusivamente los policías judiciales se hacían pasar por civiles con el objetivo de detener a las personas involucradas en los actos delictivos.


Una de las estrategias que optó el Gobierno de la época para frenar este problema, fue la oportunidad a rehabilitación y fue acogida por algunos de estos individuos, con el objetivo de que se les diera nuevamente una oportunidad de volverse a adaptar a la sociedad.




El fin de los Chapulines y la Ley Penal Juvenil


Desde poco tiempo después de que se diera a conocer el problema de los chapulines, se discutió la necesidad de que las penas fueran más severas cuando quien cometía un crimen

era menor de edad, lo que dio como resultado la modificación de la ley vigente para ese entonces.


Según Rosa María Jiménez Vargas, jefa de la Sección Penal Juvenil: “uno de los detonantes para que se buscara crear una ley más efectiva para las personas menores de edad, fue los eventos con los denominados


“Chapulines”, antes de la Ley Penal Juvenil que fue creada en 1996, existía la Ley Tutelar de Menores, el cambio más significativo fue que se les dio responsabilidades y derechos directamente a las personas menores de edad”.


Esta ley impone sanciones socioeducativas y la privación de libertad, que es solo para los delitos más graves donde existen peligros procesales, por ejemplo, la mayor parte de los menores privados de libertad con detención provisional o con sentencia firme, es por delitos tales como: Homicidio, tentativas de Homicidio, Robo Agravado y otros en que se hay ocasionado más daño a las personas víctimas generalmente.


A través de los últimos años este tipo de fenómenos delictivos ha ido variando y ahora los asaltantes por lo general cometen sus fechorías en solitario o en parejas y en cuanto a las personas menores de edad es común que los delitos por los que son procesados son delitos contra la propiedad y la integridad física.


Para la jefa de Penal Juvenil, la delincuencia cometida por menores de edad en los 90´s a la actualidad no ha evolucionado y el fenómeno se ha mantenido, pero lo que ha notado es un incremento en la percepción sobre el consumo de sustancias psicotrópicas y también legales como el alcohol, debido al acceso que se tiene en las redes sociales.


Además, agregó: “es importante entender que la mayor parte de los grupos delictivos que se dedican a la distribución de drogas utilizan tanto personas adultas como menores de edad, y es ahí tal vez donde se ha visualizado más jóvenes no solo consumiendo sino siendo utilizados como los llamados “robots” que se dedican a la venta al menudeo”.







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